- Lo que yo quería decir es que tu problema no es que seas idiota -dijo Ôtsuka con expresión seria.
-Usted cree?
-Tu problema, o al menos eso me parece a mí, es que tienes muy poca impronta. Lo vengo pensando todo el rato: la sombra que proyectas en el suelo es la mitad de oscura que la de las personas normales.
-Sí.
-En una ocasión me encontré con una persona a la que le sucedía lo mismo.
Nakata abrió un poco la boca y clavó la mirada en el rostro de Ôtsuka.
-¿Se refiere a que usted vio, en definitiva, a una persona parecida a Nakata?
-Sí. Por eso, cuando me has dirigido la palabra, tampoco me he sorprendido tanto.
-¿Y cuando sucedió eso?
-Hace mucho tiempo, entonces yo aún era joven. Pero no logro recordar nada. ni su rostro, ni su nombre, ni el lugar, ni el momento. Tal como te he dicho antes, los gatos carecemos de este tipo de memoria.
-Sí.
-Y la mirad de la sombra de esa persona parecía que se hubiese esfumado. Era tan pálida como la tuya.
-Sí.
-Yo creo que, en vez de buscar gatos extraviados, lo que tendrías que hacer es dedicarte a buscar la mitad de la sombra que te falta.
Nakata tiró varias veces de la visera de la gorra que tenía en la mano.
-A decir verdad, Nakata ya lo sospechaba. que tenía muy poca sombra. Aunque los demás no se den cuenta, uno sabe estas cosas.
-Entonces, perfecto -dijo el gato.
- Sin embargo, tal como le he contado antes, Nakata ya tiene cierta edad, y dentro de un tiempo morirá. Mi madre ya ha muerto, mi padre también ha muerto. Y, seamos inteligentes o tontos, sepamos escribir o no, tengamos una sombra como es debido o no la tengamos, cuando nos llega el momento, nos vamos muriendo, uno detrás de otro. Y yo moriré y me incinerarán. Me convertiré en cenizas y me meterán en una tumba de un lugar llamado Karasuyama. Se encuentra en el distrito de Setagaya. Y, una vez esté dentro de la tumba de Karusayama, tal vez no piense más. Y si no pienso, no dudaré más. Así pues, ¿por qué no puedo continuar como hasta ahora? Además, Nakata no querría alejarse del distrito de Nakano mientras viva. Claro que, una vez muerto, no le quedará más remedio que ir a Karasuyama.
-La decisión es tuya, sea cual sea -dijo Ôtsuka. Luego estuvo lamiéndose duranto unos instantes las almohadillas de las patas-. Pero ¿no sería mejor que pensaras un poco en tu sombras? Quizás ella se sienta incómoda. Si yo fuera sombra, no me gustaría conformarme con ser solo la mitad.
-No había caído en eso. Cuando llegue a casa, lo pensaré con calma.
-Sí, hazlo.
Kafka en la orilla (Haruki Murakami)
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